viernes, 9 de diciembre de 2016

Alcaldes del mundo con los refugiados, ¡gracias!


JOSÉ IGNACIO CALLEJA
PROFESOR DE MORAL SOCIAL CRISTIANA





Acaldes de toda Europa se reúnen hoy y mañana en el Vaticano para exigirse una respuesta concertada a la crisis de los refugiados. En medio de tanto conformismo político, es una esperanza que la red de ciudades refugio salte sobre sus Gobiernos nacionales y diga, “aquí estamos, basta ya de esta barbarie a las puertas de nuestras casas engalanadas con luces y mensajes navideños”. Y que sea en el Vaticano, porque la Iglesia Católica de Francisco los convoca, es un honor para nosotros los creyentes y un gozo para cualquier hombre y mujer de corazón limpio. 

Alguien tiene que dar un paso al frente y si es por la justicia, ya no hay color religioso o laico que importe. «Buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura», enseña el Evangelio. La complicación tan falsa de que la justicia de Dios no es la nuestra, es otra barbaridad teológica; no es la nuestra, es como la mejor de las nuestras y elevada al cubo en humanidad; porque sin los más pequeños, ignorados, inocentes, pobres y prescindibles en el centro de nuestro ver, juzgar y hacer, no hay justicia; hay legalidad, y si esos que digo no están en el centro, con sus derechos iguales de persona, se trata de una legalidad para defender nuestra posición social, es decir, un tesoro podrido o robado. Porque no sólo somos pueblos y Estados constituidos en fortaleza contra los refugiados y emigrantes de la guerra y el hambre, sino que somos, a menudo, grupos de intereses antagónicos dentro de lo que parece la sociedad y el mundo único. ¡Qué suerte tienen los señores del dinero, de la guerra, y sus gobiernos, de que entendamos antes la nación que las personas, la legalidad que la justicia, la ideología que el pensamiento! ¡Qué suerte tienen y cómo aprovechan nuestros miedos al de fuera y a un futuro con más invitados a la mesa! Y ¡qué agradecidos estamos de que nos eviten verlos de cerca!

¿La prueba? En las últimas elecciones españolas prácticamente nadie tuvo que hablar de refugiados. ¿Por qué? Porque hablar de esto con la verdad en la boca, quita votos. Se animó en Alemania la malísima señora Merkel y dijo que lo hacía por piedad, y desde entonces ha perdido elección tras elección. Y ¡eso que cabía pensar que en Alemania era mano de obra abundante y barata, a medio plazo, en un país que la necesita! Pues ni así coló. ¿Qué más puede suceder para que la opinión pública mundial reaccione severamente ante sus gobiernos pidiéndoles responsabilidades? ¿Qué estáis haciendo para detener definitivamente la guerra de Siria y sus consecuencias para la gente? Esta debería ser la pregunta de nuestros ciudadanos.


«No, dicen, ¡es un asunto muy complejo, que no puede pensarse en términos de buenos y malos!» Pues sí, es cierto, pero las guerras se pueden parar, y los instrumentos de presión internacional están ahí cuando la barbarie alcanza estos límites. Y si nuestros Estados no pueden hacerlo es que el terror los constituye y los compensa entre sí en su naturaleza. ¿Cómo podemos aceptarlos en estas condiciones? Hobbes tendría razón, pura violencia pactada. En las calles de Alepo las bombas destrozan a hombres, mujeres, niños... luego la indiferencia es lo único que no podemos aceptar. Probablemente el «cansancio mediático» ha hecho mella en nosotros y nuestra fuente de fraternidad compasiva se ha secado, escribe un maestro andaluz de teología. Lo comparto como el ser o no ser de este momento para las democracias del mundo; lo de Alepo y lo de los refugiados de las varias Sirias que en el mundo son es el paradigma de lo que no puede ser. No podemos seguir con un bla, bla, bla inocente en política, en ética y en religión. En realidad, hace tiempo que perdimos la inocencia.

Por una vez, permítame el lector que lo diga en lenguaje teológico; lo que sucede es un verdadero contrasigno, donde el celebrado anuncio del Reino de Dios (Navidad) fracasa a manos de las estrategias, propósitos e ideologías de quienes niegan a conciencia la Buena Nueva de Dios y su justicia. La justicia del Reino de Dios devuelve la dignidad a la gente de a pie, a los que quieren vivir y dejar vivir, a los que se implican y complican para vivir juntos con respeto de las personas. Por el contrario, sus enemigos dirigen, compiten y viven de guerras contra ellos; ¡estos últimos son los hijos de Satanás! Ese sí que es el demonio. Y si consentimos que potencias, estrategas, dinero, castas y fanáticos de las ideologías totalitarias, ¡verdaderos hijos de Satanás contra la Buena Nueva del Reino!, machaquen con nuestro silencio, votos y consumos a la gente inocente, debemos denunciarlo.

Y cuando con nuestras liturgias y fiestas navideñas, tan hermosas y manipulables a la vez, dejamos que la vida de los más pobres discurra según la ley de hierro del dinero, sólo queda que el mismo Dios siga siendo bueno con nosotros. Cada cual tiene buenas razones para legitimar su conciencia humana compasiva, pero lo que es innegociable es darle cauce personal, familiar y social. Personal, cuando se hace lúcida, sincera, sobria, solidaria, justa; familiar, cuando eso mismo trasciende a la conciencia personal y puede ser conversada y compartida por una casa de jóvenes, niños y mayores; y social, cuando esa bondad navideña se hace justicia en la empresa, en el fisco, en el gobierno, en la acogida de inmigrantes, en la renta de garantía con los que no pueden más. Solo estas prácticas de justicia pueden recuperarnos contra los intereses de la guerra y a favor de la gente que la odia, que la sufre, que no la busca ni se enriquece con ella.

Solo estas prácticas de justicia social pueden recuperarnos contra las ideologías que prosiguen su camino del templo, de la ley, del banco y la nación, dando un rodeo para no ver a los caídos del camino. Más todavía, que quieren llegar al templo, a la ley, al banco o a la nación a cualquier precio, porque solo en ellos se sienten a salvo. ¡Pobres diablos! Quien quiera salvarse en solitario, con millones de refugiados a las puertas de sus ciudades, y la gente pillada en Alepo como en una ratonera, no podrá quejarse por mucho tiempo de que los bárbaros le estropeen la cena de Navidad. ¡Bien por los alcaldes reunidos en Roma!

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