jueves, 13 de octubre de 2016

Tres Monsergas



La unidad de España

            Porque estamos ante previsibles, deseables o rechazables elecciones, según para quién.
            O porque es la razón de los fuertes, o de los impotentes.
            O porque los de enfrente no saben más que azuzar esa bicha, mientras generan otras que zampan los mismos graneros.
            Por lo que sea. Aunque, con el denominador común de falta de información, formación y adultez humana.
            Eso sí, POR LA CONSTITUCIÓN.
            Como si POR LA CONSTITUCIÓN antes que cuestiones ideológicas no debieran salvarse las cuestiones de comer, de vivir, de ser iguales, de tener vivienda, y educación…
            Pero puestos a lo burro, es decir, cualquier otra postura que no es el escuchar, para luego hablar, al final todos de la misma madre, más cerca de incendiar bosques que de organizar fiestas.

Somos diferentes. Aquello no es igual o no vale para nosotros
            Ni Irlanda ni Canadá.
            Ni las víctimas ni la historia de “antes de”.
            Ni los procesos ni sus resultados.
            Nada vale para nosotros más que lo que al fuerte de turno se le pone.

            Pero bueno, voy a transcribir un texto de Alfredo Vizcarra, obispo peruano, hablando no de España, claro (que ya hay en España obispos suficientes para hablar o para estar mudos en ocasiones), sino de Perú; pero un texto que ¿por qué no ha de valer para aquí?

 baguazo

La barbaridad a la que llegamos, como peruanos, se debió a un enfrentamiento entre dos posiciones respecto del desarrollo de nuestro país. Enfrentamiento que, en vez de haberlo resuelto, nos hemos distraído en estos procesos. Mientras tanto, seguimos con la misma toma de posición discutiendo sobre, por ejemplo, cómo la Ley de Consulta Previa debe ser interpretada, de modo que no haga engorroso el trámite para la inversión de empresas extractivas, importante para el desarrollo del Perú. Es decir, lo que originó el Baguazo.


En cierta medida, seguimos actuando de manera inconsciente e irrespetuosa. Es que creemos que para resolver este problema basta con dejarlo todo en las manos de la justicia para que sancione a quien azuzó a los revoltosos, bloqueó la carretera, usurpó armas, disparó, etc. Dicho sea de paso, ninguna de las acusaciones a los inculpados ha sido demostrada en el juicio. Nos seguimos resistiendo a abordar en profundidad este conflicto desde el punto de vista de los Derechos de los Pueblos Indígenas o pueblos originarios.

Esto nos pondría ante la evidencia de que el Perú es un conglomerado de naciones que tienen su identidad propia, la cual les viene de su establecimiento e interacción, a lo largo de la historia, en y con un espacio geográfico vital determinado. Esto es muy complejo, pero supone reconocer la riqueza extraordinaria de cada pueblo, cada región, que tendría que ser vista como un aporte al desarrollo del conjunto del país.

Ver las cosas de esta manera hace que estemos dispuestos a dialogar; y diálogo significa entablar relación desde el reconocimiento del otro, como un “tú igual a mí”, y no desde una relación de subordinación del otro que debe someterse.

Decir que tenemos que pensar en el desarrollo del país es válido, pero no desde un sólo punto de vista (el de Lima). Si estamos en un régimen democrático no podemos ahorrarnos el esfuerzo de reconocer que cada región tiene sus potencialidades; que los pueblos que allí habitan, desde su saber y conocimiento de la biodiversidad, tienen algo que aportar a las perspectivas de desarrollo, sin que gravemos la Casa común.

Si este juicio es emblemático es porque aquí están en pugna, y no en diálogo, estas dos posturas. En el fondo, quien está en el banquillo, es el Perú respecto de nuestras maneras de mirarnos entre peruanos, porque estos 53 son inocentes (principio de presunción de inocencia). ¿Se hará verdaderamente justicia?

¡Ah, perdón! Dices que esto no vale para aquí  porque allí hay indígenas mientras que lo que tenemos aquí son ¡pinos! Vale.


La disciplina de voto

            La disciplina de voto es como el reverso del axioma.

            O sea,  como queremos ejercer la democracia a lo moderno, castremos la libertad de expresión. Porque claro, somos iguales, pero yo el líder. No el líder elegido para convencer, sino el líder elegido para ejercer. Por tanto, o dice lo que yo, o al hoyo.

            ¿Objeción de conciencia? ¡Cómo! ¡No! Castremos la parte más izquierdosa de la conciencia; que le quede sólo la otra parte, que pueda ejercerla usted como Trump o como le venga en gana.

            Pero bueno, si el funcionamiento va a ser ese, que al menos no nos hagan elegir cientos de mudos. Confórmense con una docenita, que nos sale más barato.


Txelis

           

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