martes, 5 de julio de 2016

Una difícil comunión (y III)

Nota: Esta es la tercera y última entrega
(Dsculpen esta tremenda equivocación. Por propia ignorancia en esta materia, no salió el contenido en su fecha programada: 05/07/16. Pero ahí va...)






Pero la acción de esta nueva élite corre el peligro de transformar se en una iglesia no más colegial, sino más verticalista. Parafraseando a Montesquieu, se podría decir que la Iglesia católica era una monarquía (el papado) soportada por una nobleza (el episcopado y la vieja élite del laicado católico). Hoy gracias a los nuevos movimientos eclesiales, la Iglesia católica intenta liberarse de la nobleza y se apoya sobre una nueva élite que rechaza la obra de actualización realizada por los obispos conciliares y por el viejo laicado del siglo XX. El final de una iglesia centrada en el obispo y el clero no ha comportado el inicio de un modelo de iglesia más participativo y sinodal, sino que ha comportado la implantación de un injerto "comunitarista" dentro de las iglesias locales que conservan un enraizamiento territorial que tiene profundas implicaciones en el plano de la teología de la misión y de las relaciones iglesia-mundo.

Entre los perdedores por este fenómeno interno de la iglesia post-conciliar se encuentra el que podemos llamar laicado "suelto" o sin siglas, que importa sobre todo por la fidelidad a una iglesia local (traducido en el porcentaje de los que participan a la eucaristía dominical): el laico es más apreciado cuando esta encuadrado en una asociación o organización eclesial, lo que muchas veces comporta para los fieles "simples", es decir los que no pertenecen a ninguna asociación católica, una marginación de la real posibilidad de tomar parte activa en la vida de la iglesia local.

La ultima realidad que pierde es la cultura católica "liberal" (en sentido amplio) que ve en la victoria de los movimientos una reedición post-moderna de la cultura ultra-montanista de raíz decimonónica, en un enclaustramiento de la cultura católica en un nuevo "gueto católico"

En el lado político-asociativo, con el paso del "movimiento católico" a los "movimientos eclesiales" nos encontramos con el final de la experiencia formativa de una élite política y social católica que había salido de la fase del control de los notables y de la supremacía clerical para abrazar sistemas de selección y de sucesión de naturaleza asamblearia o de alguna manera participativa. Con los nuevos movimientos católicos esta fase no solo ha sido superada, sino negada y arrinconada en el archivo de la época conciliar: en los nuevos movimientos cató- licos hay líderes, no asambleas;  no elecciones. En un catolicismo todavía con estructura piramidal, entran en escena homines novi que son portadores de biografías nuevas, pero que en gran parte son extraños a los decenios de luchas del laicado católico organizado para hacerse reconocer con una dignidad propia de laicos.

A aquella cultura católica que en el curso del siglo XX había desarrollado un pensamiento sobre el Estado y sobre su legitimidad, algunos de estos movimientos católicos le proponen una visión del Estado como usurpador de la verdadera soberanía, es decir la de la iglesia sobre la sociedad. Esto se transforma, en el escenario de la economía del tercer sector y de la solidaridad, en un activismo, que efectivamente ha llevado al crecimiento, en los últimos decenios, de una cultura del servicio social dentro del catolicismo contemporáneo. Este activismo tiene una correspondencia teológica que en no raros casos produce efectos también sobre la formulación de la doctrina social y económica en el interior de la Iglesia católica. Este elemento influye en la visión de la iglesia sobre las cuestiones de la justicia social, y también acompaña una visión anti-liberal o pre-liberal del rol del estado en la gestión del bienestar social y de la economía.

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