martes, 17 de mayo de 2016

El perfil del sacerdote que no tiene ninguna agenda que defender, según Francisco

No habló sobre política ni citó la nueva ley italiana sobre las uniones civiles. No volvió a afrontar las emergencias sociales, como la de la migración, sobre la que pronunció algunas palabras hace pocos días al recibir el premio Carlo Magno. Papa Francisco intervino frente a los obispos italianos reunidos en asamblea y trazó el perfil del sacerdote. Explicó que es un hombre de paz, de relaciones, con una vida simple, que siempre está disponible para las personas. No es un burócrata o un funcionario andino, no se fija en la eficiencia ni se escandaliza por la fragilidad del ánimo humano. En un pasaje de su discurso, refiriéndose a las estructuras que se ocupan de los bienes económicos, invitó a los obispos a «mantener solo lo que sirve para la experiencia de fe y caridad del pueblo de Dios».


Un cambio de época

La «renovación del clero» es el tema que eligió la asamblea de la Conferencia Episcopal de Italia para la discusión durante su asamblea. El Papa propuso a los obispos que se pongan a escuchar, acercándose a «alguno de todos los párrocos que se gastan en nuestras comunidades». ¿Qué es lo que «da sabor» a su vida? Francisco respondió recordando que el contexto cultural es diferente del que vivía en el pasado, porque «también en Italia muchas tradiciones, costumbres y visiones de la vida han han sido incluidas por un profundo cambio de época». «Nosotros, que a menudo nos encontramos deplorando este tiempo con tono amargo y acusatorio, debemos advertir también su dureza: en nuestro ministerio —añadió el Papa—, ¡cuántas personas encontramos que viven en afanes por la falta de referencias! ¡Cuántas relaciones heridas! En un mundo en el que cada uno se piensa como la medida de todo, ya no hay sitio para el hermano».


No escandalizarse por las fragilidades

La vida del sacerdote, con este paisaje de fondo, «se vuelve elocuente, porque es diferente, alternativa». Como Moisés, «él es uno que se acercó al fuego y dejó que las llamas quemaran sus ambiciones de carrera y poder. También quemó la tentación de interpretarse como un ‘devoto’, que se refugia en un intimismo religioso que tiene muy poco de espiritual». «Está descalzo, nuestro sacerdote —continuó—, con respecto a una tierra que se obstina en creer y considerar como santa. No se escandaliza por las fragilidades que sacuden el ánimo humano: consciente de ser también él mismo un paralítico curado, se queda a distancia de la frialdad del rigorista, así como de la superficialidad de quienes quieren mostrarse condescendientes». En cambio, insistió Bergoglio, «acepta encargarse del otro, sintiéndose partícipe y responsable de su destino».


No es un burócrata

El sacerdote «con el aceite de la esperanza y de la consolación, se hace prójimo de cada uno, y está atento para compartir su abandono y sufrimiento. Habiendo aceptado no disponer de sí, no tiene una agenda que defender, sino que entrega cada mañana su tiempo sl Señor para dejarse encontrar por la gente. Así, nuestro sacerdote no es un burócrata o un andamio funcionario de la institución; no está consagrado a un papel de empleado, ni lo mueven los criterios de la eficiencia».


Estilo de vida simple

«Sabe que el amor es todo. No pretende aseguraciones terrenas o títulos honoríficos, que llevan a confiar en el hombre; en el ministerio para sí no pide nada que vaya mas allá de la necesidad real, ni se preocupa por vincular a sí las personas que le son encomendadas. Su estilo de vida es simple y esencial, siempre está disponible, lo presenta creíble a los ojos de la gente y le acerca a los humildes, en una caridad pastoral que hace libres y solidarios. Siervo de la vida, camina con el corazón y al paso de los pobres; lo hace rico su contacto. Es un hombre de paz y de reconciliación, un signo y un instrumento de la ternura de Dios, que se preocupa por difundir el bien con la misma pasión con la que los demás cuidan sus intereses». Y es la amistad «con su Señor lo que lo lleva a abrazar la realidad cotidiana con confianza de quien cree que la imposibilidad del hombre no lo es tal para Dios».


Cerca de su gente

¿Por quién se compromete un sacerdote? «El presbítero es tal en la medida en la que se siente partícipe de la Iglesia, de una comunidad concreta con la que comparte el camino. El pueblo fiel de Dios —especificó Francisco— sigue siendo el regazo del que surgió, la familia en la que está involucrado, la casa a la que está invitado. Esta pertenencia, que surge del Bautismo, es el respiro que libera de una auto-referencialidad que aísla y aprisiona». No parte principalmente porque tiene una misión que cumplir, sino porque es «estructuralmente un misionero». El pastor «es convertido y confirmado por la fe simple del pueblo santo de Dios, con el cual opera y en cuyo corazón vive». Su rasgo característico es «la comunión, vivida con los laicos en relaciones que saben valorizar la participación de cada uno. En este tiempo pobre de amistad social, nuestra primera tarea es la de construir comunidad». Por ello, precisó Francisco, la disposición a la relación es «criterio decisivo de discernimiento vocacional». De la misma manera, continuó el Papa, «para un sacerdote es vital encontrarse en el cenáculo del presbiterio», es decir con los demás sacerdotes. «Esta experiencia (cuando no es vivida ocasionalmente, ni en fuerza de una colaboración instrumental) libera de narcisismos y de los celos clericales; hace que crezcan la estima, el apoyo y la benevolencia recíprocas».


Estructuras y bienes: no a la «pastoral de conservación»

Después Francisco se refirió a la gestión de las estructuras y de los bienes económicos: «En una visión evangélica, eviten volverse pesados en una pastoral de conservación, que obstaculiza la apertura a la perenne novedad del Espíritu». Y por ello hay que «mantener solo lo que puede servir para la experiencia de fe y de caridad del pueblo de Dios».


Se da con gratuidad

Al final, el Papa habló sobre la «razón última» del darse de los sacerdotes. «Cuánta tristeza dan los que en la vida calculan, sopesan, no se arriesgan por miedo de perder… ¡Son los más infelices!». El sacerdote, por el contrario, «con sus límites, es uno que se juega todo: en las condiciones concretas en las que la vida y el ministerio lo han puesto, se ofrece con gratuidad, con humildad y con alegría. Incluso cuando nadie parece darse cuenta. Incluso cuando intuye que, humanamente, tal vez nadie le agradecerá lo suficiente por su darse sin medida». Es «hombre de la Pascua, con la mirada dirigida hacia el Reino, hacia la que siente que la historia humana camina, a pesar de sus retrasos, de las oscuridades y de las contradicciones»: El Reino, es decir «la visión que del hombre tiene Jesús», «es su alegría, el horizonte que le permite relativizar lo demás, atenuar las preocupaciones y ansiedades, permanecer libre de ilusiones y del pesimismo; custodiar en el corazón la paz y difundirla con sus gestos, sus palabras, sus actitudes».

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