miércoles, 21 de mayo de 2014

Volvamos siempre al Evangelio



REVISTA SURGE

Pregunta: ¿Qué tipo de sacerdotes necesitamos desde las demandas actuales de nuestras comunidades eclesiales y de nuestra sociedad?

Queridos amigos de “SURGE”. Os agradezco vuestra pregunta ya que manifiesta el interés de la revista por estimular la vocación, la tarea, y el servicio de los presbíteros no sólo a nuestras comunidades sino también a los más que no pertenecen a ellas.

Os respondo desde mi experiencia de cura diocesano con 43 años de ministerio a mis espaldas, y un variado recorrido a lo largo de estos años, en diversas tareas al servicio del pueblo de Dios.

Creo que siguiendo a ese dicho del Papa Francisco “sacerdote con olor a oveja”, tenemos que colocarnos no fuera ni en frente sino dentro de ese pueblo de Dios, que peregrina en la tierra, en las iglesias concretas e históricas en las que le ha tocado o ha elegido vivir. Dentro de este pueblo de Dios, hay, entre otras, tres dimensiones importantes, que creo que tienen que conformar la vida del cura:
  1. Pasión por el Evangelio. Evangelio sin glosa, que decía San Francisco de Asís, que repite el Papa Francisco, y que el Hermano Carlos de Foucauld formulaba: “Volvamos siempre al Evangelio”.
  2. Pasión por las personas que forman la comunidad o comunidades concretas a las que hemos sido enviados. Estas personas, y en este momento histórico. Con sus virtudes y sus defectos, con sus carencias y sus dones. Comunidades con dinamismos y acomodaciones concretas.
  3. Pasión por quienes ya no forman parte de la comunidad, porque se alejaron en un momento determinado de la misma o porque nunca han formado parte de ella. Los que se marcharon o nunca estuvieron.
  4. Pasión por los pobres. Son ellos los que aseguran la presencia más viva del Señor, y a quienes somos especialmente enviados en su nombre. Los pobres que son vecinos desde siempre o los que han llegado, a veces desde lejos, hasta nosotros. Pobres que pertenecen a culturas y religiones diferentes. No podemos ignorarlos, (es lo cómodo) sino acogerlos, ampararlos, y en alguna medida integrarlos.


Teniendo en cuenta estas cuatro dimensiones, hay que considerar que vivimos en medio y nos dirigimos a hombres y comunidades que pertenecen a distintos grupos sociales y de diferentes estilos y talantes aunque convivan, -con grandes dificultades- en el seno del mismo pueblo de Dios.

Los curas vivimos o atendemos a comunidades rurales, de dimensiones mínimas, de cultura religiosa rural, -aunque sean trabajadores o jubilados de las industrias o servicios-, cuyas expectativas principales se limitan a mantener la comunidad celebrante del domingo, y a través de ella colaborar al sotenimiento de la permanencia de la unidad administrativa local. Mientras el sacerdote acude a celebrar al pueblo, hay una comunidad, -por mínima que sea- que mantiene a la vez que la vida cristiana, una parte de la vida local. Esto adquiere una tonalidad especial, en la provincia de Gipuzkoa donde las viviendas están dispersas y el núcleo urbano muy pequeño está situado en torno a la parroquia. Las expectativas de estas comunidades están centradas en la visita rápida y la celebración semanal que preside el sacerdote. Este pasa muy rápidamente por las relaciones que se generan en esa pequeña comunidad local, y demasiadas veces no arraiga lo necesario para que las personas que forman esas comunidades puedan dialogar con cierta tranquilidad con él. Y él pueda convertirse, de alguna manera, en un miembro de esa comunidad, para vivir la fe y celebrar desde ellos y con ellos.

Vivimos y atendemos núcleos urbanos en los que la parroquia tradicional forma parte del paisaje del pueblo. Pero cada vez de forma más difuminada. La Parroquia y en ella la comunidad y el sacerdote que preside sus celebraciones, destaca en el paisaje urbano cuando “tocan” los ritos de paso. Hasta ahora bautismos, primeras comuniones, alguna boda, y muchos entierros y funerales. Estos últimos años y de manera acelerada, han disminuido bodas y bautizos, se mantiene las primeras comuniones, y prácticamente no disminuyen los ritos funerarios. Además los bautizos y comuniones se celebran en comunidad, no así los funerales, que se siguen celebrando individualmente, - en algunas ocasiones, dos a la vez-, con lo que la dedicación en tiempo y preparación se desnivela gravemente a favor de los últimos. Las expectativas de una parte importante de estas poblaciones de los núcleos urbanos se limitan al deseo de fluidez y empatía que la comunidad y especialmente el cura deben desarrollar en estas circunstancias más alegres y celebrativas, -bautizos, bodas, primeras comuniones, o más serias y tristes,-funerales-.



En estas parroquias urbanas existe un o varios grupos de laicos que en algunos casos colaboran y en otros se responsabilizan de los diferentes campos de la pastoral. Liturgia, catequesis, Caritas, pastoral sanitaria, carcelaria, jóvenes, adultos etc. En ocasiones estos laicos forman parte de más de un grupo de atención a determinados campos. Son en general, personas de cierta edad, para algunas de las cuales, el Vaticano II constituyó un modo nuevo y responsable de ser cristiano y laico, y otros, en menor número, que se educaron ya en las sendas del Vaticano II, y que forman el núcleo misionero o evangelizador de la parroquia. Sus expectativas respecto del sacerdote van más allá de las descritas en el párrafo anterior, y a partir del modelo de pastor delineado por el mismo Vaticano II, se encuentran ahora ilusionados, cuando no entusiasmados, con la persona y el mensaje del Papa Francisco. El diálogo del cura con ellos, no es siempre fácil, pero no hay duda de que persiguen un diálogo libre, adulto y constructivo.

En la Gipuzkoa profunda, desde donde se escribe este artículo, todo lo anterior y prácticamente toda realidad humana está atravesada por las consecuencias que durante 50 años han ido dejando y desgarrando por la violencia armada liderada por ETA, y las de otras violencias, (sin duda en proporción mucho menor). Las heridas, los odios, los enfrentamientos, las amarguras, las diferentes sensibilidades que se dan en la sociedad y en el interior de las mismas comunidades cristianas, conforman modos de relación, muy difíciles de vivir desde la Pasión del Evangelio, porque otras pasiones, humanas, demasiado humanas, han ocupado un terreno muy amplio en los corazones de los hombres y mujeres de esta zona, y en los corazones de los mismos creyentes.

En el cruce de todas estas relaciones humanas se encuentra el cura, que tampoco es un ser neutral, sino atravesado por esas mismas pasiones, pero llamado a vivir y proclamar apasionadamente el Evangelio de Jesucristo. Y se pregunta: ¿cómo responder evangélicamente a esa pluralidad de situaciones y expectativas?
La primera dimensión de su respuesta no puede ser sino una: Vivir la Pasión del Evangelio, desde su mismo núcleo. Tratar de permanecer arraigado en la Vid, que es Cristo, como rama que recibe su vida, y deja que su fecundidad sea la del Espíritu que trabaja en él. El Papa Francisco en el nº 264 de “Evangelii Gaudium” lo expresa así: Nos hace falta clamar cada día, necesitamos detenernos en oración para pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial”.Ante la dificultad, muy real, de la dispersión que puede llevar a una vida sacerdotal desgarrada o amargada, por una parte, o a una vida cómoda y funcionarial por otra, hay que volver a lo esencial del redescubrimiento, en nueva pobreza, de la llamada personal, vocación y tarea.

La segunda dimensión de su respuesta, puede estar en la colaboración que se le pide y a la que se le anima, desde un buen número de comunidades y de laicos y laicas, a colaborar y acompañar esa iglesia peregrina, pueblo de Dios en marcha. Un Pueblo que es signo y sacramento de una iglesia humanitaria y humanizadora,que en la mejor senda del Vaticano II, ha sido refrendada por el anhelo del Papa Francisco, “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo puede sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir la vida nueva del Evangelio”. (Evangelii gaudium” nº114). El cura tiene que aceptar con gusto, con gozo y con humor, que él no es sino un pequeño colaborador y acompañante, casi anónimo, cuyo trabajo no es más importante que otros, y cuya insignificancia puede mostrársele, con mejor o peor talante cada día.

La tercera dimensión de su respuesta, puede estar en un intento de delinear su personalidad y su tarea de acuerdo con ese acompañamiento y colaboración, con un estilo y unas formas que podemos compendiar en un servicio gratuito y humilde. Creo que una clave muy importante que responda a las plurales y dispersas expectativas de las diferentes comunidades y personas está en vivir su tarea sacerdotal, como un servicio gratuito y humilde. Este servicio gratuito y humilde lleva consigo algunas actitudes difíciles y hermosas:
Vivir sin arrogancia ni autoritarismo, sin pretensiones de liderazgo permanente en medio de las comunidades. Ser sencillo y cercano, o al menos, intentarlo, no siendo selectivo con la gente. Estar atento al misterio de cada persona, ser “escuchador” afable y educado, para tratar de ser siempre dialogante, con los de dentro de la comunidad y con todos los de fuera de la comunidad, agotándose, si es preciso, en el diálogo. Este diálogo puede llevarle a trabajar en equipo, aunque esta forma de trabajo, pueda parecerle más lenta y menos eficaz. Formar equipos de misioneros-evangelizadores es una tarea apasionante.

Especial gratuidad y humildad se exigen al sacerdote en el difícil e incómodo diálogo y servicio a los pobres. Una de las tentaciones más graves a este respecto es delegar en Caritas o en otras instituciones religiosas o civiles este servicio y su acompañamiento. El cura puede , ciertamente, entre otros, ser el rostro de la misericordia de Jesús ante el pobre, los pobres que solicitan su ayuda, o el rostro del Señor ante quienes tratan de esconder esa realidad, o incluso se “benefician” económicamente de ella. Portavoz de la realidad de los pobres y marginados ante su propia comunidad y ante la sociedad local.

Hay que preveer una cuarta dimensión. De la que también el Papa Francisco nos habla en el nº 279 de la misma exhortación: “Como no siempre vemos esos brotes, nos hace falta una certeza interior y es la convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también”en medio de aparentes fracasos, “porque llevamos este tesoro en recipientes de barro” (2Co 4,7). Esta certeza es lo que se llama “sentido de misterio”. Es saber con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo. (cf.Jn.15,5) Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero no pretende saber, ni cómo, ni dónde, ni cuando”.

Estos son algunos de los trazos que percibo en los diferentes espejos, en los que se me reflejan las esperanzas de muchos creyentes, de otros que lo fueron y ya no lo son, de tantos pobres incómodos, de todos aquellos, cuyas vidas y relaciones van modelando mi vida humana, cristiana, y de cura. Es mi pequeña contribución a vuestra petición. ¡Gracias por leerla!. Eskerrikasko. Agur.

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