martes, 11 de marzo de 2014

Un cese anunciado cada semana


Carlos Barberá, en Alandar



Con un cese anunciado cada semana como inmediato, terminará el largo período de influencia del cardenal Rouco en la Iglesia española.

Sin duda alguna, la biografía define en este caso al personaje.
Huérfano desde pequeño, Antonio María ingresa en el seminario a los diez años. A partir de entonces, la Iglesia ha sido su familia y la institución eclesiástica, su hogar. Puede decirse sin temor a errar que la realidad real nunca ha sido el marco de su vida.

Ordenado muy joven, espabilado en los estudios, va a Múnich a doctorarse. Como no podía ser de otro modo, en Derecho Canónico. Vuelve a España y los acontecimientos comienzan a encadenarse a su favor. En 1969 la rebelión de los estudiantes de la Universidad Pontificia de Salamanca obliga al relevo de profesores y a la incorporación de otros nuevos, jóvenes, progresistas (?). Por ejemplo, Fernando Sebastián y Antonio María Rouco. Pero resulta que la Conferencia Episcopal necesita un canonista y elige a Rouco, que deviene obispo auxiliar de Santiago. En 1982 llega a España Juan Pablo II, con su famoso discurso de Compostela. Rouco organiza los actos, sabe alemán y entabla, así, amistad con el papa. En dos años es nombrado arzobispo. La carrera ya es imparable: arzobispo de Madrid, cardenal, presidente de la Conferencia Episcopal. Hasta hoy.


Una dato curioso; en 2007 son nombrados dos obispos: Martínez Camino, auxiliar de Madrid y el titular de Lugo, Alfonso Carrasco Rouco, sobrino del cardenal. Este, que había perdido la presidencia de la Conferencia Episcopal en 2005, la recupera en 2008 por dos votos de diferencia.

¿Y cómo es el cardenal Rouco? Un hombre afable, fácil de trato pero -ésta es mi opinión personal- un gallego. Al contrario que Suquía, no se enfrenta, no discute. Te da una larga cambiada y mira para otro lado. Por ejemplo, en los tiempos de la COPE en que Jiménez Losantos llamaba al doctor Montes "doctor Muerte", "Terminator" y otras lindezas, Rouco me decía que "en la COPE hay libertad, no se dan consignas". En una ocasión, a mi pregunta: "Se dice que los inmigrantes son muy religiosos pero los ecuatorianos no están casi nunca casados con sus parejas; sin embargo algunos vienen a comulgar, ¿se les niega la comunión?", su respuesta fue: "Bueno, antes en la misa no se comulgaba". ¿Era la respuesta de un pastor? No, la de un gallego.

En el marco de una columna apenas puede añadirse más. Aventuraré solo mi diagnóstico sobre la Iglesia que ha propiciado. Como hombre fundamentalmente de la institución, su idea ha sido: lo que favorece a la Iglesia, favorece al reino de Dios. Un sofisma muchas veces denunciado pero que moldea todavía algunas mentes clericales. Sobre todo porque "lo que favorece a la Iglesia" suele valorarse con criterios mundanos: tener mucha visibilidad, gozar de un gobierno amigo, no pagar IBI, poder apoderarse de bienes comunales... todo eso favorece a la Iglesia y, por tanto, a su mensaje. De este modo su mandato ha sido político un su peor sentido. Las medidas de Zapatero concitaron declaraciones y actos en su contra. Qué contraste con el silencio tan escandaloso frente a los recortes, la corrupción, las limitaciones a los inmigrantes, los ataques a los más débiles.

Por desgracia, la Iglesia es peor vista en España tras el paso de Rouco Varela. Todo eso que, supuestamente, favorecía a la Iglesia, en realidad estaba actuando en contra del reino de Dios y de su mensaje. Y, así, durante sus doce años de mandato en la Conferencia Episcopal. Su labor en Madrid merece un capítulo aparte.


 

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