miércoles, 11 de diciembre de 2013

La situación de la iglesia holandesa en nuestros días.



Los riesgos de una remodelación pastoral “clericalista”
 
Ludovica Eugenio
Adista

“La fe, la cultura, el patrimonio y la herencia católica corren un grave riesgo de perderse para siempre”, la Iglesia del País está “a la deriva”. Este es el contenido de una carta pública firmada por millares de católicos holandeses y dirigida al papa con ocasión de la visita “ad limina” de los obispos de los Países Bajos, programada para el 5 de diciembre pero anticipada al día 2 del mismo mes. 

La carta pública, fechada el 28 de noviembre y titulada “Ad limina”, ha sido promovida por el Bezield Verband Utrecht (Bvu), una asociación que cuenta con más de cuatro mil miembros, junto con la plataforma de sesenta docentes universitarios de toda Holanda, Professorsmanifest (Pm). Sale a la luz porque quiere que se escuche la voz de la base católica,
particularmente la que prima —como propone Francisco en la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”— el “discernimiento, la purificación y la reforma”.

Es duro el escrito de denuncia de los laicos católicos holandeses contra los obispos de su País: les acusan de “haber anulado los compromisos y responsabilidades que les vinculan con sus respectivos rebaños escudándose para ello en una serie de obstáculos sociales que no saben o no quieren afrontar”.

Entre las medidas adoptadas por los obispos, y rechazadas por la base eclesial, se encuentra la decisión de suprimir 1.300 parroquias (el año 2003 había 1.500 que serán 200 en 2017) y demoler un millar de edificios para crear macro-parroquias que presentan con el nombre de “Centros eucarísticos”, “gobernados” o “regidos” por administradores nombrados por ellos mismos. Ésta es una decisión que comportará, según los firmantes de la carta pública, el derrumbe del número de los católicos practicantes, que pasarán de ser 300.000 a 150.000

Según el punto de vista “radicalmente centralista” de los obispos, esta política es la única que puede ofrecer soluciones viables a problemas tales como la falta de curas, los gastos provocados por el mantenimiento y reestructuración de las iglesias y los diferentes déficits financieros de la Iglesia. “Lo que colectivamente no logran entender los obispos es que esta política no hará más que agravar los problemas”, se dice en la carta pública.

Los obispos parecen vivir “en un mundo aislado pre-Vaticano II, negándose tercamente a mantener una comunicación bilateral significativa o a moverse fuera de sus consolidadas esferas de influencia para así propiciar una relación que sea relevante para los católicos, las comunidades y el mundo”. De unos obispos tan enrocados, es irreal esperar que, en la visita “ad limina”, puedan presentar “un informe en el que se recoja objetivamente la realidad de las comunidades locales o en el que se refleje la percepción que los creyentes tienen de la situación actual de la Iglesia y del modo como está siendo administrada estos últimos años”.

“La percepción común (se lee en la carta pública) es que las medidas adoptadas se han tomado sin respetar los procedimientos relativos a la enajenación de los bienes temporales previstos por la legislación canónica de la Iglesia”. Los fieles se sienten marginados y privados de sus derechos y niegan (como afirman, justificándose, los obispos) que exista una “secularización agresiva”.

Toda esta situación estaría siendo el resultado previsible, según se dice en la carta pública, de la “cultura” del miedo impulsada estos últimos decenios: de ahí la urgencia de “parar la tendencia a acallar la fe” y la necesidad de establecer un diálogo con “apertura, objetividad, honestidad y verdad”.

El cardenal Willem Jacobus Eijk, presidente de la Conferencia episcopal y arzobispo de Utrecht, ha hablado del proyecto de “reconstrucción” o “remodelación”, objeto de crítica por estos católicos, en una entrevista concedida a Radio Vaticana el pasado 2 de diciembre.

“Tenemos que dedicar mucho tiempo y mucha atención a la reestructuración y a la reorganización de la Iglesia”, ha explicado, ilustrando la situación de su diócesis: las parroquias han pasado de ser 326 a 49. “No hay curas, ha añadido, para celebrar la misa en cada iglesia. Por eso, hemos tenido que centralizar la celebración de la eucaristía en una sola. Además, y desgraciadamente, también hemos tenido que cerrar muchas iglesias. Prevemos que antes del año 2020 se tendrán que cerrar una tercera parte de las actuales. Faltan los católicos practicantes y faltan los medios financieros”.

La Iglesia en Holanda, ha dicho Eijk, depende de las contribuciones voluntarias de los fieles cuyo número es cada vez más reducido. Sin embargo, “si la cantidad de los fieles disminuye, la calidad está mejorando: los que permanecen tienen una relación personal con Cristo, rezan, se interesan por la fe, se la toman en serio y esto es para nosotros una señal de esperanza”.

Los católicos en Holanda (País prototípico del proceso de secularización en el siglo XX, pero históricamente con una Iglesia fuerte y muy avanzada) son una pequeña minoría: si el Instituto Estadístico de la Iglesia habla de un 24-25% de la población, el Servicio Nacional de Estadística estima que los católicos son un 16% con tendencia a ser, hacia el año 2020, el 10%. En este año el islam se convertirá, previsiblemente, en la segunda religión, mientras que los miembros de las Iglesias protestantes rondarán el 4-5%.

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