jueves, 21 de noviembre de 2013

El espíritu del cooperativismo

F. Placer (TEOLOGO)
«Algo ha fallado y es necesario un honesto y transparente análisis de las causas de este fracaso empresarial», sostiene Félix Placer, que desde el surgimiento del proceso cooperativo para hacer frente al «esclavizador imperio del capital», pasando por el pensamiento de Arizmendiarrieta, analiza las claves que inspiran el cooperativismo vasco. En relación al hundimiento de su empresa insignia, cree que es una oportunidad para abrir nuevos caminos desde el auténtico espíritu cooperativo.

La profunda crisis económica que ha hecho tambalearse a las estructuras capitalistas financieras, empresariales y mercantiles, también ha afectado a los mismos cimientos de los dinamismos sociales. En consecuencia la sociedad en su conjunto ha quedado conmocionada en sus fundamentos económicos neoliberales en los que apoya su desarrollo y progreso donde, a pesar del anunciado fin de la recesión, continúan las negativas consecuencias para las bases trabajadoras y el bienestar social.

Una conmoción económica de esta envergadura (que además es recurrente y, por tanto, siempre amenazadora) debiera haber cuestionado, al menos, la ideología y estrategias capitalistas, a fin de plantear alternativas radicales o, al menos, evolutivas hacia nuevos modelos económicos. Sin embargo, ocurre lo contrario. Esta traumática crisis no ha puesto en duda el capitalismo neoliberal. Ha afianzado aún más el sistema que busca siempre sus exclusivos beneficios. Por tanto, según su lógica y práctica, saldremos de esta crisis cuando se recuperen los mecanismos que aseguren sus objetivos. «Es lo que tenemos que hacer», afirma el presidente Rajoy, lavando sus manos en las corruptas aguas capitalistas, ante la evidencia de una sociedad de altos niveles de paro, precariedad y pobreza.


Hace más de cien años, el sociólogo Max Weber, en su conocida obra «La ética del protestantismo y el espíritu del capitalismo» (1905) hacía ver cómo el éxito económico era incluso signo de salvación en la mentalidad social de la época. Adam Smith, principal teorizador del capitalismo liberal, ya había definido ese espíritu como la «búsqueda del propio beneficio que es el motor de la actividad económica y de la prosperidad general». Sin embargo el mismo Weber observaba que ese capitalismo histórico iba a convertirse (como así estaba ocurriendo) en lo que denominó «jaula de hierro», «estuche vacío de espíritu» y carente de motivaciones morales y religiosas. Y en última instancia, tal como afirmaba Edgar Morin (2003), se ha metamorfoseado en una «megamáquina» bancaria, comercial, industrial que dirige, controla y somete todo el planeta, barriendo valores éticos, ideas plurales y solidaridades de pueblos. La racionalización capitalista y la burocracia administrativa, junto con el poder empresarial y las leyes darwinistas del mercado han logrado encerrar a las personas en una «rica (para unos pocos) cárcel» donde todo está regido por leyes neoliberales, pero donde paradójicamente no existe la libertad.

Para hacer frente a este proceso económico, esclavizador de hombres y mujeres sometidos al imperio del capital, han ido surgiendo numerosas alternativas -en especial, el socialismo- que, en muchos casos, han sido barridas por el vendaval capitalista. Entre otras iniciativas de calado y sentido humanos surgió en el Reino Unido a mediados del s. XIX el proceso cooperativo con la finalidad para hacer frente a necesidades y aspiraciones económicas, sociales y culturales comunes. En Euskal Herria el Movimiento Cooperativo de Mondragón, ideado e impulsado por José María Arizmendiarrieta (1915-1976), fue pionero en este proceso alternativo al capitalismo.

Partiendo de la convicción de que el capitalista es un «usurpador» del trabajo ajeno y su sistema una «monstruosidad social» para su exclusivo provecho, propuso el espíritu cooperativista, como inspirador del ideario de la empresa, organismo vivo, cuyo soporte es la solidaridad y la conciencia de esa solidaridad como fuerza impulsora. Su centro es el capital humano -trabajo y persona- y el capital financiero, un instrumento subordinado. En «El hombre cooperativo» según el pensamiento de Arizmendiarrieta (Joxe Azurmendi, 1992) se afirma, en definitiva, la fe en la persona humana, en su honradez, en su trabajo, en su conciencia ética.

Y lo puso en práctica en Arrasate, con un eficaz grupo de cooperativistas, los cimientos de un «orden nuevo» a partir del trabajador ya que «la historia de un pueblo se hace sobre el fundamento de su trabajo». Por ello el movimiento cooperativo «debe tener sustantividad propia e inspirarse en auténticas aspiraciones de superación social; debe ser una expresión de vitalidad social... con participación activa de los miembros de la comunidad». Y advirtió de algo aplicable al fracaso de Fagor Electrodomésticos: «Quien quisiera ponderar el peso específico de las empresas cooperativas por el volumen de inversiones o ventas actuales podría equivocarse ya que el exponente de su fuerza y base de su futuro despliegue es el potencial humano en constante cultivo con una movilidad horizontal y vertical», ya que «el cooperativismo no tiene por misión enriquecer a unos cuantos arriesgados, sino servir a la promoción de la clase trabajadora». De aquí su insistencia en las exigencias de «solidaridad con las zonas más pobres o atrasadas» y en el «sentido de justicia para el intercambio que evite el envilecimiento de nuestro sentido de equidad, justicia y libertad».

El proceso cooperativo de Mondragón, que ha alcanzado amplios niveles de expansión en el mercado capitalista, ha entrado en una grave crisis al cerrar esta empresa insignia, Fagor Electrodomésticos, con las graves consecuencias que esta quiebra acarrea a miles de personas trabajadoras y a otras empresas afectadas que confiaron en su despliegue y fortaleza.
Algo ha fallado y es necesario un honesto y trasparente análisis de las causas de este fracaso empresarial y de su gestión que ha conducido a este resultado tan negativo. Diferentes puntos de vista apuntan hacia factores diversos causantes de este desastre. Desde quienes opinan que este cooperativismo se ha movido en coordenadas capitalistas, hasta los que achacan su hundimiento a una dirección inapropiada y con falta de previsión ante las agresivas competencias del mercado; tampoco faltan denuncias de incapacidad estratégica del cooperativismo para afrontar y moverse con libertad crítica y solvencia en el capitalismo neoliberal y, menos aún por tanto, para ser alternativa eficaz dentro del modelo económico globalizado en el que opera.

A mi modo de entender es necesario comenzar por reconocer lo que ya apuntaron dos trabajadores socios cooperativistas en este mismo diario hace unos días: «Cuanto más grandes nos hemos hecho, hemos perdido el ideario cooperativista» (J.A. Talledo/I. Azpiazu). La nueva coyuntura del mercado global y del capitalismo neoliberal ha desbordado la estrategia de esta empresa que se ha embarcado en una competitividad cuyas acometidas no ha podido resistir provocando su hundimiento. ¿Por qué se ha seguido este proceso? ¿Se «ha aclimatado al modelo capitalista», renunciando a sus principios? ¿Ha faltado participación suficiente y conciencia crítica? ¿Se ha dado una dejación de responsabilidades cooperativas? Son muchas preguntas que deberán ser respondidas para que el cooperativismo y, en concreto la Experiencia Cooperativa de Mondragón ofrezca credibilidad nueva y sobre todo eficacia estratégica en el siglo XXI.


En medio de estas incertidumbres de tantos trabajadores y trabajadoras ante su situación, a la que debe darse respuesta solidaria institucional y grupal, hay que mirar a medio y largo plazo para abrir nuevos caminos desde el auténtico espíritu cooperativista para que la clase trabajadora logre libertad, trabajo y justicia. Y desde ella, Euskal Herria, a fin de, como afirmaba en sus últimos días José María Arizmendiarrieta, «levantar al pueblo con la fuerza del pueblo. Auxe izango da gure alkartasun gizatsua eta aurrerapidetsua gure erria erriaren indarrez jaso dezakeena».
(De «NAIZ»)

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