sábado, 30 de noviembre de 2013

diálogo: Fe — Increencia

“Carecer de fe hace mucho más difícil la capacidad renunciar al egoísmo, de sacrificarse por los demás” (P. Flores d’Arcais)



Jesus Martínez Gordo

La profesión atea de P. Flores d’Arcais se funda, críticamente, en el rechazo de los grandes relatos salvíficos. Y, propositivamente, en la defensa del pacto y del consenso en libertad, en el instalamiento en la finitud como fuente de plenitud y felicidad y en la absolutización de la verdad empírico-racional como único criterio de conocimiento[1].

Hay, sin embargo, un punto relativamente original en su consideración atea de la vida: el referido a la mayor persistencia de los creyentes (a diferencia de los ateos) en el compromiso cotidiano.


Según P. Flores d’Arcais, los creyentes son, a pesar de todo, necesarios por su entrega y solidaridad: en lo que toca al “apoyo a los marginados, a los
últimos, respecto al deber de la solidaridad, los creyentes sacan a los no creyentes muchos puntos. Y probablemente carecer de fe hace mucho más difícil la capacidad de renunciar al egoísmo, de sacrificarse por los demás. No quiero decir que lo haga imposible”.

Es evidente, prosigue, que también se da entrega y generosidad entre los laicos y ateos, sobre todo, en los momentos particularmente trágicos de la historia de la humanidad. Pero es una entrega que, sin saber muy bien por qué, se muestra intermitente cuando hay que afrontar el compromiso (callado y paciente) del día a día: “ni qué decir tiene que un laico o un ateo puede sacrificar su vida. No obstante, tengo la impresión de que resulta más fácil…, o sea, más fácil…, menos difícil sacrificarla en momentos excepcionales que hacer sacrificios menores, pero cotidianos (para quien no cree, que para quien cree, o por lo menos, que para algunos que no creen)”.

Con palabras, una vez más, de P. Flores d’Arcais: “la piedra donde tropezar es para el ateo la incapacidad de caridad”.

Quizá sea porque, además de la razón empírico-racional, también existe la razón compasiva y misericordiosa de quienes entienden (como así sucede en infinidad de creyentes) que gratis han de dar lo que gratis han recibido (Cf. Mt 10, 8).

Y quizá puede que también sea porque para la gran mayoría de ellos la máxima libertad se da y es posible “veri-ficarla” (es decir, se hace verdad) en la máxima entrega.

Una forma de expresarse, ésta última, formalmente equívoca, pero que, sin embargo, recoge una verdad más fundamental y necesaria que la individualista concepción de la libertad entre algunos postmodernos: el centro de nuestra existencia y libertad es ex – céntrico, pasa por la centralidad de los parias y crucificados de este mundo y de todos los tiempos. En ellos se sigue actualizando el drama del calvario.

He aquí un “gran relato salvífico” que ha marcado y, esperemos que siga marcando —positivamente, por supuesto— nuestra historia presente y futura.






[1] Se puede leer el artículo completo en J. MARTINEZ GORDO, “El llamado “nuevo ateísmo” y la teología “católica”: un viejo y actual debate”: Lumen 62 (2013) 339-372

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