viernes, 10 de mayo de 2013

Munilla nombra vicario general a dedo

Rompe con la práctica de la consulta

Ha evidenciado lo que era patente: que no cree en una Iglesia sinodal
Munilla, con Cruz y González
Munilla, con Cruz y González
Lo poco que quedaba de una Iglesia comprendida desde el concepto de la corresponsabilidad del Pueblo de Dios ha quedado muerto y sepultado y sin esperanza alguna de que resucite
(A. Beizama).- El pasado día 30 de abril, los arciprestes, convocados a un encuentro con el Obispo, D. José Ignacio Munilla, recibían la comunicación del nombramiento de Juan Cruz Mendizabal como nuevo Vicario General de la Diócesis, en sustitución de Joseba González. Simultáneamente, la responsable de relaciones con los medios de comunicación, Aurkene Iturrioz, hacía llegar al clero y a los laicos con responsabilidad en el ámbito diocesano, un correo electrónico mediante el que se les informaba sobre la decisión episcopal.
Los medios de comunicación han hablado sobradamente sobre el nuevo nombramiento, su perfil, la postura mantenida ante el Obispo en el pasado, la adoptada en el presente... Pero han sido excepcionales los que han indagado sobre las razones por las que el Vicario General anterior, cuya tendencia y pensamiento son mucho más cercanos a la mentalidad del Obispo, se ha visto en la tesitura de tomar la difícil decisión de dimitir de su cargo. Su resolución conlleva, sin duda, un coste personal considerable.
Algún periodista se ha aventurado a señalar ciertas razones que, en su opinión, han podido influir en esta determinación, pero, hasta el momento, han de ser consideradas como meras conjeturas.
Nadie se ha hecho eco de otra cuestión de gran relevancia para quienes conformamos esta Iglesia local. Probamente, se trata de un tema que, para los medios de comunicación, preocupados más por lo escandaloso, y habitualmente alejados y desconocedores de la vida eclesial "real", no merece mención alguna. Me refiero al modo de funcionamiento de los distintos órganos diocesanos y más en concreto a la forma en que desde la década de los ochenta se realizaba el nombramiento del Vicario General.
Hasta el momento actual, esta designación, siempre en manos del Obispo, venía precedida de una consulta que incluso abarcaba a las comunidades parroquiales. El nombramiento realizado por D. José Ignacio en la persona de Juan Cruz Mendizabal supone, de facto, la quiebra definitiva de este dinamismo más sinodal, para ser desplazado por uno más de corte autoritario y personalista, en consonancia con su pensamiento y modo de actuar habitual.
Al inicio de su episcopado, haciendo una concesión, nuestro Obispo tuvo la gentileza de disponer la realización de una consulta en el ámbito de toda la Diócesis, a fin de conocer la opinión de la Iglesia que la ha sido encomendada y acertar en la toma de decisión con respecto al nombramiento del Vicario General. Nunca fuimos informados de los resultados verdaderos y reales de aquella encuesta.
El Obispo se los reservó para sí, pero al menos en apariencia, hizo el esfuerzo de respetar una mecánica con una historia de más de tres décadas. Ahora ha evidenciado lo que era patente: que no cree en una Iglesia sinodal; que no confiere dignidad ni consideración alguna a los que por el bautismo han sido configurados con Cristo, profeta, sacerdote y rey y conforman el Pueblo de Dios; que su pensamiento está a años luz de la eclesiología del Concilio por mucho empeño que haya puesto en que en la Diócesis se presenten y expliquen todos y cada uno de los documentos promulgados por el Concilio, contado para ello, con la autorizada palabra de un buen número de prelados...
Pues bien, tras esta decisión del Obispo y la aceptación por parte del designado para el cargo, podemos afirmar que lo poco que quedaba de una Iglesia comprendida desde el concepto de la corresponsabilidad del Pueblo de Dios ha quedado muerto y sepultado y sin esperanza alguna de que resucite.
En mi modesta opinión, el nombramiento de Mendizabal, no va a suponer aportes positivos para el presente y futuro de esta Diócesis. Acaso, en un primer momento, proporcionará una cara más amable al ejercicio de la autoridad diocesana, después de tres años de mandato de González, caracterizados por la agresividad y el enfrentamiento, que han zaherido tanto a muchos de sus hermanos del presbiterio, como a laicos con diversos compromisos adquiridos en la pastoral.
Tras tanta irritación que generaba una situación de malestar permanente, algunos sentirán un cierto alivio ante las maneras más amables y cordiales del nuevo Vicario General.
Pero nuestra Iglesia necesita algo más que afabilidad y abrazos a raudales. Requiere de una persona que pueda convocar y reunir a una representación de la Iglesia local para, en comunión y en libertad, poder elaborar un diagnóstico sobre la realidad de nuestra comunidad cristiana, tras lo que será necesario impulsar una reflexión, sincera a la vez que humilde y evangélica, encaminada a diseñar unos principios y objetivos hacia los que orientar la vida de la Iglesia, superando las barreras del centralismo que el Obispo impone en la capital, en torno a su persona.
De otro modo, nuestra Iglesia diocesana quedará reducida a un grupúsculo en torno a la figura y persona del Obispo, mientras que el resto de la comunidad cristiana irá languideciendo hasta la extenuación, proceso que ya de hecho es constatable perceptiblemente.
Por otro lado, aunque en el pasado Juan Cruz Mendizábal se manifestara en abierta oposición a D. José Ignacio, creo que, con la marcha de Joseba González, también ha desaparecido de su entorno quien pudiera situarse ante él con un espíritu más crítico y una actitud más constructiva. En este sentido, en adelante, es de presuponer que las decisiones del Obispo ya no hallarán muchas trabas, por lo que la posición de D. José Ignacio, resulta fortalecida y reforzada con el abandono de aquel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.