miércoles, 15 de mayo de 2013

Liturgia y clericalismo

Nota de la Comisión Permanente del Foro de Curas de Bizkaia



José Ignacio González Faus analiza en su último libro (“Herejías del catolicismo actual”, 2013), con la agudeza y el sentido pastoral que le caracterizan, diez de las herejías que considera más preocupantes en el actual momento eclesial: la negación de la humanidad de Jesús y de “la eminente dignidad de los pobres en la iglesia” (obispo Bossuet); la falsificación de la cruz de Cristo y la desfiguración de la cena del Señor. Le siguen la conversión del cristianismo en una doctrina teórica y la negación de la absoluta incompatibilidad entre Dios y el dinero. El libro lo cierra con el análisis de otras herejías: la presentación de la Iglesia como objeto de fe, la absolutización del Papa y el olvido del Espíritu Santo. La anteúltima de todas ellas es el “clericalismo”.

Éste es un trabajo sumamente interesante e interpelador que, además, de denunciar las herejías reseñadas, ofrece suficientes criterios teológicos y pastorales para afrontarlas y, si es el caso, activar los mecanismos precisos para (por lo menos) intentar resolverlas adecuadamente. 

Basten como muestra las páginas dedicadas a analizar (en el capítulo sobre la herejía clericalista) la liturgia y el clericalismo (110-113), un  exceso que también parece manifestarse (y cada día de manera más inquietante) en nuestra diócesis de Bilbao. 

1.- Es cierto que desde siempre ha existido un sector (minoritario, por cierto) del clero diocesano proclive al liturgismo. Pero también lo es que esa tendencia se ha visto desmedidamente acentuada en algunos de los nuevos presbíteros ordenados estos últimos años y en bastantes de los nuevos incardinados. Nos extraña y sorprende que las conversaciones e intereses de muchos de ellos sean, frecuente y desmedidamente, la aplicación (o no) de determinadas rúbricas litúrgicas. Toda una inquietante señal del comprometido futuro que aguarda a nuestra diócesis y también del que les espera a ellos mismos en una sociedad cada día más indiferente a éstas y a otras cuestiones de mayor entidad pastoral, teológica, espiritual y, por supuesto, litúrgica.

2.- Así mismo, resulta preocupante el interés de nuestro obispo por activar la adoración eucarística las veinticuatro horas del día en la parroquia del Carmen (Indautxu). Al adoptar esta iniciativa no sólo ha aparcado la corresponsabilidad eclesial (por no haber consultado a los Consejos Diocesanos), sino que ha abierto las puertas para que se “recupere pastoralmente” un preocupante error teológico: confundir la adoración con la comida eucarística. El Vaticano II fijó con toda claridad que la razón de ser, primera y fundamental, de la Cena del Señor es ser comida y alimento para todos los cristianos y que el acento hay que ponerlo en ello siempre y en toda circunstancia (Cf. SC 55). Además, en un tiempo como el nuestro, en el que se ha universalizado la voluntad ecuménica (ya sea como “regreso a la única casa” o como “diversidad reconciliada”), no es momento ni ocasión para activar (y menos institucionalmente) una práctica piadosa, marcadamente preconciliar y de dudoso alcance ecuménico.

3.- Finalmente, nos deja perplejos que los diáconos diocesanos, llamados a ser sacramento de Cristo servidor de los pobres y promotor de la justicia, se declaren en huelga de asistencia a los oficios de la catedral por la encorsetada aplicación de otra rúbrica litúrgica. Hay algo que no funciona como sería deseable en la recuperación de este ministerio ordenado en nuestra diócesis.

Quizá, por ello, nada mejor que leer (y meditar) las páginas citadas para contextualizar ésta y otras “inquietudes litúrgicas” que, al parecer, agitan el espíritu de algunos y que provocan una perplejidad generalizada en otra buena parte de nuestra comunidad diocesana.

Es posible que, a la luz de esas líneas, unos y otros percibamos algo de lo mucho que, teológica y pastoralmente, está en juego y el comprometido futuro que nos espera si no hay un cambio radical de rumbo en éste y en otros asuntos.


Bizkaia, 15 de mayo de 2013
Fiesta de San Isidro Labrador

***


“Liturgia y clericalismo”


José Ignacio González Faus,
Herejías del catolicismo actual
Madrid, 2013, Editorial Trotta, pp. 110-113


“Repitamos cuantas veces sea preciso: no es que el culto no sea absolutamente necesario, sino que, como cantaba el salmista, “dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre”, es decir: la dicha de la alabanza no está en Dios que no la necesita, está en nosotros que se la damos, porque nos enriquece personal y comunitariamente. Así es como sitúa el culto cristiano el Vaticano II, frente al exclusivismo cultual del ministerio propio de Trento; y así es como sirve de puente que une las dos tareas, misionera y constructora de la comunidad, típicas del presbítero.

De la otra concepción se sigue un modo de entender el ministerio apostólico como una dignidad cultual y no como cuidado de una comunidad misionera. Parodiando una de las frases más escandalosas del Evangelio, podríamos decir entonces que los fieles existen para los curas, no los curas para los fieles (cf. Marcos 2,22). Semejante idea de sacerdocio y de culto brota de una concepción de Dios como Poder (y derivadamente como alguien que “da poder”); pero Jesús reveló a Dios de manera totalmente distinta a ese poder que, si se contacta con Él y se le cae bien, puede dar poder. Le reveló como el Amor que capacita para amar.

Por otro lado, quizás como modo de ahorrarse problemas con el Santo Oficio, existe hoy cierta tendencia a buscar un clero carente de formación teológica: extrovertido y amable sí, pero poco ilustrado y más bien autoritario. Esta tendencia es compartida por una buena parte de los seminaristas que sólo miran la formación teológica como una etapa inevitable para el sacerdocio que ellos anhelan. Hace ya años publiqué una breve nota titulada “¿Hacia un clero analfabeto?”, y hoy tengo la sensación de que aquel pronóstico se va viendo confirmado, al menos por lo que hace al ámbito hispano. No es difícil imaginar la paradoja de un clero y un episcopado que no tienen más que la teología de Cuenca o Toledo y el Catecismo de la Iglesia Católica, mientras aparece un laicado que va adquiriendo cada vez más formación y más competencia teológica…

Pues bien, en este ambiente actual se puede intensificar la misma reacción que ya tuvo Trento en su contexto histórico: separar en exceso al presbítero de la Iglesia y “ontologizar” o cosificar el ministerio mediante una reducción exclusiva a lo cultual, para ahí rodear al presidente de la asamblea de unos “privilegios” que convierten lo que es una necesidad práctica (derivada de lo que pide toda reunión comunitaria) en una exigencia ontológica derivada de la “naturaleza” del presidente; así, se le asignan a éste una serie de “privilegios” que acaban fomentando esa visión clericalista del ministerio eclesial: se reservan “a sólo el presidente” algunas aclamaciones (como el “per ipsum” de la misa) cuando, por su misma naturaleza, las aclamaciones están hechas para ser dichas por todos. Y al revés: aunque los relatos por su misma naturaleza son para ser leídos por uno, la institución de la eucaristía se narra obligando a que (en la concelebración) todos pronuncien las palabras de la consagración, como si sólo así celebraran la cena del Señor… Imagen de ese clericalismo puede ser hoy la obsesión de algunos por que sólo el cura pueda tocar la hostia con sus manos, o el detalle de que la hostia con que comulga el presidente sea tres o cuatro veces mayor que aquella con la que comulgan los fieles: como si aquél tuviera “derecho a más gracia” por ser quien es. No importa ya que, en su origen, ese mayor tamaño pueda explicarse por la necesidad de que los fieles pudieran ver una vez al menos el pan, en la elevación. Lo que importa es lo que esa diferencia acaba significando hoy.

Y quizá donde más se refleja este clericalismo es en el tema del perdón tan fundamental para un cristiano. Muchos católicos creen que el cura es el que les da el perdón, en nombre de Dios pero a cambio de una humillación ante él. Recuerdo también (en mis primeros años de ministerio presbiteral) mi sorpresa ante tanta gente que, viviendo con la conciencia limpia, creía que no podía comulgar sin permiso del cura. Como antes dije, el cura en el sacramento de la penitencia es representante de la Iglesia y otorga la reconciliación con esta (la “pax cum ecclesia” según expresión tradicional) como señal visible y celebrativa del perdón, que Dios otorga gratuitamente como el padre de la parábola.

En esta misma dirección de un lenguaje incubador de eclesiocentrismo y de un clericalismo derivado de él, se sitúa el rumor persistente de que algunas altas instancias del clero están considerando la oportunidad de cambiar la traducción de las palabras de la consagración en la celebración eucarística. De modo que, en vez de decir como ahora “por todos los hombres”, se diga sólo “por muchos”, con un sentido exclusivista. Así se devolvería a la institución una importancia que parece haber perdido y a sus ministros una importancia que suena a amenaza para quienes no estén con ellos. (…)

En este contexto, ya para concluir el presente capítulo, puede ser bueno recordar y comentar una sabia enseñanza del concilio de Trento en su decreto sobre la misa:

“como la naturaleza humana es tal que, sin los apoyos externos, no puede fácilmente levantarse a la meditación de las cosas divinas, por eso la piadosa madre Iglesia instituyó determinados ritos, como, por ejemplo, que unos pasos se pronuncien en la misa en voz baja y otros en voz algo más elevada, e igualmente empleó ceremonias como místicas bendiciones, luces, inciensos, vestiduras y muchas otras cosas de ese tenor, tomadas de la disciplina y tradición apostólica, con el fin de encarecer la majestad de tan grandes sacrificios y excitar las mentes de los fieles por estos signos visibles de religión y piedad, a la contemplación de las altísimas realidades que en este misterio están ocultas” (DH 1746).

Hay aquí algo muy positivamente católico que es esa atención a nuestra humana naturaleza. Algo que mientras, por un lado, justifica toda una serie de elementos ambientales y ceremoniales, los relativiza enormemente, por el otro: porque no les da ningún valor religioso “esencial”, sino meramente funcional. Con lo cual se desacralizan todos esos elementos y se los obliga a adaptarse a la utilidad de los fieles y a la finalidad de “excitar sus mentes a la contemplación de las realidades más profundas” y más serias.

Pero hay que reconocer que el mismo concilio de Trento no cumplió tan sabio consejo cuando, dos párrafos después, escribe que “aun cuando la misa contiene una gran instrucción del pueblo fiel, no ha parecido, sin embargo, a los padres que conviniera celebrarla de ordinario en lengua vulgar” (DH 1749). ¿En qué quedamos? ¿Hay que instruir, pero no resulta conveniente emplear aquella lengua que instruye? Cuando el lenguaje de la autoridad oficial habla de “no parecer conveniente” suele significar que no tiene para ello razones o que éstas no son muy confesables: aquí se trataba del miedo a los protestantes. Ese retraso en la lengua vulgar acabó degenerando en una absurda sacralización del latín como lengua sagrada, y en la correspondiente  pseudo-sacralización del ministro que “hablaba la lengua de Dios”… Todo lo cual configura una mentalidad que luego actuó en el rechazo obstinado e irracional de los lefebvrianos a la lengua “vulgar”, a la reforma litúrgica y, con ellas, a la más primitiva tradición de la Iglesia, en favor de otros usos menos tradicionales. De aquellos polvos estos lodos.

Este ejemplo convendría no olvidarlo porque actualmente muchos de aquellos ritos pedagógicos ya no significan nada religioso y profundo para los hombres de hoy y, en cambio, frenan la participación de la comunidad en la acción litúrgica que el Vaticano II consideró de importancia primaria: una participación “plena, consciente y activa, exigida por la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación del pueblo cristiano” (SC 14). Bueno será que “la piadosa madre Iglesia” tenga también esto en cuenta para ayudar a la naturaleza humana, tan necesitada de apoyos…”.

2 comentarios:

  1. ¿Qué es anti ecuménica la Adoración del Santísimo Sacramento?
    Lean lo que el Señor le dice a la vidente ortodoxa en la Verdadera Vida en Dios: "Aunque han pecado contra Mí, Yo los he perdonado. ¡Ustedes son Mi semilla! ¿Los veré en la Hora señalada de Adoración, Mis bienamados? ¿Se levantarán y vendrán a Mí, Yo, que estaré esperando en Mi Tabernáculo? Vengan a Mí... Vengan a Mí... No rechacen lo que el Espíritu les está ofreciendo estos días. Permanezcan dentro de Mi Amor y acepten Mi Misericordia. Recuerden cómo todo desaparecerá y nada subsistirá y que todo se desgastará un día, pero su alma permanece para siempre." 19.06.89

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  2. Inés, si sus fuentes son las visiones de un vidente, usted ya lo dice todo.

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