miércoles, 6 de junio de 2012

Los “cuervos”, la Iglesia sobre la roca y la Curia sobre la arena.


Luigi Sandri

Tal y como están las cosas en estos momentos, no sabemos quiénes son, y cuántos son, los “cuervos” en el Vaticano: ciertamente una pequeña bandada. ¿Por qué han decidido actuar? Si (y el condicional es obligado) lo hubiesen hecho por dinero, no se podría tener más que un enorme desprecio por ellos, cobardes traidores. Parece, sin embargo, que han actuado impulsados por motivos de conciencia: siendo testigos de hechos desconcertantes y después de haber visto documentos en los que se evidencian las luchas por el poder. Más aún, constatando -a pesar de estar sometidos a la ley del silencio- que estas maniobras continuaban implacables, se han visto obligados “en conciencia” (legítima e, incluso, necesaria) a violar el silencio conexo con su responsabilidad y lo han publicado para que la Iglesia lo conozca. En definitiva, una vez que se han visto en un doloroso conflicto de deberes, han tomado la decisión de sacrificar la palabra dada para contribuir a salvar la Iglesia. Si así fuera, todos mis respetos para esta decisión.


Pero, ¿se ha visto alguna vez que los “cuervos”, ellos solos, organicen tramas? Detrás de la bandada tiene que haber un domador: alguno o, mejor, un grupo, que tira del hilo. Estas personas que están en la sombra, ya sean laicos o (sobre todo) eclesiásticos, ¿por qué han movido ficha? ¿Para “salvar a la Iglesia” o por envidia y celos? ¿Por amor a la verdad o para sabotear la carrera de otros? Es imposible responder a estas preguntas, al menos por ahora. En cualquier caso, sean cuales sean sus intenciones, es evidente que intentan condicionar el próximo cónclave y, mientras tanto, al actual Papa.



De las cartas publicadas (auténticas: lo reconoce la misma Santa Sede) se concluye la existencia de una trama de complicidades e influencias que el cardenal secretario de Estado, Tarsicio Bertone, ha ido tejiendo estos años. Se ha tenido conocimiento de decisiones autoritarias y, frecuentemente, fuera de toda lógica (como el alejamiento de Roma de monseñor Antonio María Viganò, ocupado en “sanear” el Governatorato del Vaticano) tomadas por su Eminencia Tarsicio Bertone. Pero ¿quién ha puesto al purpurado en el vértice de la Curia romana? Benedicto XVI. Y, después de las “historias”, por decirlo de alguna manera, poco edificantes, que tienen como epicentro a Bertone, ¿quien ha decidido dejarlo, al menos de momento, en su puesto? El Papa Ratzinger. Es así como el mismo pontífice aparece como el convidado de piedra del que, aunque sea indirectamente, le acusan muchas de las cartas publicadas. A pesar de esto, el 30 mayo, en la audiencia general, Benedicto XVI “renovó” su confianza a sus “más estrechos colaboradores”. Toda una cobertura política y eclesial al modo de proceder de Bertone.



Sin embargo, más allá de las personas y de sus eventuales límites, parece evidente -como lo muestran los datos filtrados a la prensa- que las contradicciones radicales se alojan en la estructura misma de la Curia romana, una Curia que ya no gobierna; y que no gobierna porque no se puede, como se ha hecho, vaciar y malgastar impunemente la herencia del Vaticano II. ¿Cómo es posible que a los cincuenta años del Concilio exista todavía el cargo de “secretario de Estado”? ¿Cómo es posible que a lo largo de todos estos años se haya tolerado la opacidad del IOR (Instituto para las Obras de la Religión) y que todavía hoy en día su transparencia siga siendo una promesa pendiente de aplicación? ¿Cómo es posible que -a pesar de la proclamada disponibilidad (manifestada por el Papa Wojtyla y confirmada por su sucesor) para cambiar los “modos de ejercicio” del primado petrino, sea una disponibilidad permanentemente diferida al futuro?



Jesús dijo un día (y Benedicto XVI lo ha recordado el pasado 26 mayo): “la casa construida sobre roca” no será destruida por la tempestad, mientras que lo será la “edificada sobre arena”. Probablemente se refería a la Iglesia (a cualquier Iglesia) que el Dios misericordioso mantiene en pie, a  pesar de todos sus errores. Sin embargo, no está dicho que sea una promesa que concierna a la curia romana: el río Tíber es arenoso.





Adista Notizie n. 22,

Lun 04 giugno 2012


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