lunes, 30 de enero de 2012

S. GALILEA Y A. PAOLI SOBRE EL DOMINGO 5º DEL T. O. (B)

 
Magia, superstición y fe (Mc 1, 29-39)

Mucha gente, sobre todo los pobres, que no tienen médico ni medicina, que están enfermos, con malestares, y que a pesar de todo tienen que tra­bajar todos los días de sol a sol, piensan que sería hermoso que jesús estu­viera en su pueblo. El Evangelio nos narra que El iba a la casa de la gente pobre, los tomaba de la mano, y en un abrir y cerrar de ojos se pasaban todos los males. La suegra de Pedro, pobre y enferma, en un momento fue sanada por Jesús...


Este es el problema de muchos, y como jesús ya no hace milagros, entonces van a adivinos, a brujos, a curanderos... a algunos santuarios en busca de milagros. ¿Hacen mal? ¿La Iglesia prohibe ésto? Parece que habría que distinguir. No siempre recurrir a los curanderos es superstición, porque a menudo ellos conocen los secretos de ciertas hierbas, por una tradición secular. Porque en el fondo, todas las medicinas se hacen con elementos de la naturaleza, y lo que hacen a menudo nuestros médicos es darnos en una pildora quintales de esas hierbas.

El pecado consiste en atribuir a alguna persona o a alguna fórmula un poder que tiene sólo Dios. En la práctica pastoral ese se puede discernir, porque la gente que frecuenta estas supersticiones, o santuarios no aproba­dos por la Iglesia, no frecuentan más la Iglesia. La Iglesia no les promete no tener más enfermedades, ni una vida feliz, o tener fortuna... Efectivamen­te, la devoción puramente ritualista, semi-mágica, aunque se haga con buena intención, los lleva poco a poco a vivir en un mundo irreal, como si todo pudiera suceder por milagro. Debemos combatir con toda nuestra fuerza la enfermedad, pero no siempre se puede vencer. La ciencia ha vencido muchas enfermedades, pero no ha vencido a la muerte ni puede vencerla: la muerte es la solución de una enfermedad que no se puede vencer.

Otra observación sobre este Evangelio: todos buscan a Jesús para cu­rarse, pero El se va a otros lugares. Se retiró una y o.tra vez a la oscuridad de la noche, para orar. Y esto demuestra a los discípulos y enfermos que todo su poder viene del Padre. Y el Evangelio pone en evidencia que El curaba con una calma y una sencillez que es muy lejana de los ritos má­gicos.

Jesús queda para los discípulos como un maestro y un profeta, y no un mago o un curandero. Así mismo debe ser para nosotros. No lo busquémos porque podría darnos bienes materiales, sino porque nos da la verdad, la resurrección y la vida.


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