miércoles, 11 de enero de 2012

S. GALILEA Y A. PAOLI SOBRE EL DOMINGO 2º DEL T. O. (B)

 

Dios nos llama
en comunidad
(Jn 1, 35-42)


Cuando éramos niños, se nos decía que los sacerdotes y las religiosas eran diferentes a nosotros porque Dios los había escogido, tenían la vocación. Y a veces nos preguntábamos por qué Dios habría llamado a esas personas y no nos había llamado a nosotros. La Iglesia nos enseña en cambio, que también nosotros hemos sido llamados, y que podemos hacer mucho por el reino de Dios y por el mundo. No yo como persona aislada, sino nosotros como comunidad.

Dios nos llama en comunidad. Una de las gracias del Espíritu a la Igle­sia de hoy es que vamos comprendiendo esto, y que nacen por todas partes comunidades eclesiales de base, serias, fraternales, comprometidas con la causa del Evangelio. (Puebla 96, 97).

La causa del Evangelio es la causa de la liberación del hombre, sobre todo de los más pobres. (Puebla 1141). Para un cristiano, este compromiso con el pueblo es un compromiso con Jesús. (Puebla 1145). El, nos ha lla­mado y nos ha enviado a luchar contra toda forma de pecado y de injusti­cia, para construir su reino que es reino de igualdad y de fraternidad. Jesús cuenta tanto con los seglares como con los sacerdotes y religiosas. Y a veces más, porque en muchas circunstancias, la Iglesia, más que enseñar la oración, el culto a Dios, la doctrina, debe mostrarse como la comunidad en que se ama, ayudándonos verdaderamente los unos a los otros, y la comunidad que lucha y sufre para que toda la sociedad sea más cristiana de hecho y no de palabra. Debemos ser los primeros núcleos de una Iglesia que nace.

"La Iglesia no está al servicio del gobierno, sino del pueblo", decía hace poco un cardenal sudamericano. Es importante para nuestras comunidades conocer hechos como estos, que ayudan a no sentirse solos, a tener esperanza y a percibir cuál es la dirección de la Iglesia actualmente.

Jesús siempre ha llamado a los seglares, incansablemente, pero podía suceder que nadie nos decía que El nos llamaba. Se hacía necesario que alguien nos transmitiese esta vocación, la llamada de Jesús, que parecía ser percibida sólo por los sacerdotes y las Hermanas. (Puebla 786-799).

La llamada de Dios se nos transmite a través de otros que han sido también llamados, como nos refiere el Evangelio de hoy. Nosotros debe­mos imitar la actitud del Apóstol Andrés, que llamó a Simón Pedro, y lo condujo a Jesús. Pero para que nuestra invitación tenga éxito, y lleve al otro a comprometerse, se hace necesario que la comunidad que lo llama sea ferviente y dé pruebas de tomar el cristianismo en serio; esto es lo que atraerá a otras personas. Vengan y vean, dijo Jesús a estos primeros discí­pulos. Lo mismo deberían poder decir nuestras comunidades. Si damos este ejemplo, los que invitamos, sobre todo los más generosos, nos segui­rán ciertamente.


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