lunes, 26 de septiembre de 2011

S. GALILEA Y A. PAOLI SOBRE EL DOMINGO 27 DEL T. O.



  
LOS FRUTOS QUE ÉL ESPERA


Mt 21, 33-43)

Este Evangelio vuelve sobre uno de los temas más propios de la predicación de Jesús: la necesidad de producir frutos, de la forma que El espera de nosotros, y a su tiempo.

¿Cuáles son los frutos que el Señor espera de nosotros, absolutamente, hasta el punto que si no los encuentra nos quitará el Reino y lo entregará a otros? Evidentemente son los frutos propios de un discípulo del Evangelio, como los frutos propios de la viña de esta parábola son las uvas. El pecado de los labradores que arrendaron la viña fue el de no preocuparse de dar estos frutos propios de la viña: querían dar frutos a su manera. Por eso no aceptaron a los enviados del propietario, que habrían exigido no cualquier fruto, sino los frutos que este propietario esperaba: uvas, y a su tiempo, en el tiempo de la vendimia. Este pecado es lo que Jesús llama tantas veces fariseísmo: los que toman por su cuenta la viña, es decir, la religión, y la entienden a su manera, y la hacen dar frutos falsos: el conformismo de las prácticas, el sentirse seguros y privilegiados a causa de su religión, el legalis-mo... Y en esta situación, la presencia y la enseñanza de Jesús —el hijo del propietario— es molesta.

Entenderemos mejor los frutos que Jesús espera de nosotros si recor­damos otra parábola, que nos aclara la del Evangelio de este domingo. Es la parábola de la vid y los sarmientos. Jesús es la vid, nosotros los sarmientos. Para que el sarmiento de la viña produzca fruto, debe estar unida a la vid.

Y Jesús nos advierte que no encontrará fruto en nosotros si no tenemos una fe muy grande en El, antes que nada. Si no estamos muy cerca de El, pensándolo a menudo (esa es la oración), no permitiendo que las crisis y las tentaciones nos aparten de El, reforzando nuestra amistad con El en la Eucaristía. Así producimos los frutos propios de un discípulo del Evange­ lio, que se pueden resumir en una palabra: los frutos de la entrega a losdemás. Porque hay que volver a decir que el fruto de Jesús en nosotros, es transformarnos de egoístas en altruistas, y esto significa querer servir a los demás, ser solidarios, ser fraternales con los que la vida pone en nuestro camino.

Estos frutos de solidaridad y fraternidad, nos lo enseña esta parábola, deben ser no sólo de algunas personas aisladas, sino de toda la sociedad, de toda la viña; El propietario quería ver a toda su viña madura en frutos, no sólo algunas vides. El discípulo de Jesús tiene siempre en vista que es la sociedad en que vive la que debe dar frutos de solidaridad, justicia y frater­nidad. ¿Cómo lograr esto, cuando nuestra influencia es pequeña, y no somos gobernantes ni hacemos las leyes? ¿Cómo hacer que nuestro fruto no se encierre en nosotros mismos, sino que sirva a toda la sociedad? Es verdad que no podemos influir en toda la sociedad, pero sí podemos hacerlo en una pequeña parte de ella, en una parcela (así como la viña se divide en parcelas). En nuestro medio de trabajo, nuestro ambiente, familia, comuni­dad humana, podemos sembrar solidaridad, entrega, cristianismo. Podemos hacer de nuestra pequeña parcela una fraternidad, una pequeña imagen del reino; Y si todos los cristianos cumplieran su deber de sembrar buen fruto en su pequeña parcela, toda la viña, toda la sociedad se acercaría más y más al sueño de Jesús y a los frutos que El espera de los hombres..



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