viernes, 29 de abril de 2011

S. GALILEA y A. PAOLI SOBRE EL EVANGELIO DEL DOMINGO 2º DE PASCUA

La reconciliación y la paz, dones pascuales(Jn 20, 19-31)
La Pascua de Cristo —su paso de la muerte a la vida— es la fuente de toda liberación, en la historia y más allá de ella. Es la fuente de todos los bienes que Jesús había ya proclamado en su Evangelio. En la aparición a sus discípulos que nos narra el Evangelio de hoy, Jesús les comunica explíci­tamente dos de las gracias propias de su Pascua: la paz y la reconciliación. 

Paz a vosotros. Se trata de la paz de Cristo. "La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes ni angustia ni miedo" (Jn 14, 27). La paz del mundo es siempre precaria, falsa y aparente. Está basada sobre los miedos mutuos, sobre los equilibrios de poder, sobre la carrera de los armamentos, sobre la ignorancia, la explotación y la repre­sión de los más débiles. Esta paz puede reventaren cualquier momento, y la conflictualidad, los terrorismos y la represión que atraviesan el corazón de América Latina son una prueba de ello.

La paz que Jesús comunica está basada en la justicia y en la fraternidad reales. Ella es un desafío a los cristianos para hacer la paz, trabajando con­tra las injusticias concretas que nos rodean por todas partes, tomando el partido de los débiles y oprimidos, comprometiéndonos en los cambios profundos, cualitativos, urgentes, que requiere el sistema económico, cultural y político, para que se haga justicia a los trabajadores y a los marginados, para que los países pobres compartan la riqueza, el poder y el saber con los ricos. (Puebla 142-149).

Todo esto a nombre del Evangelio y de la paz que Cristo conquistó para todos los hombres y sociedades con su muerte y resurrección.

Esta paz es obra también de la reconciliación. No basta la pura justicia, pues en los momentos de injusticia y conflictos los hombres, los grupos y las naciones se han agraviado y ofendido realmente unos a otros. La pura justicia no lleva necesariamente al acercamiento y a la fraternidad, sin los cuales la paz de Cristo es incompleta. Es necesario también el perdón mu­tuo y la reconciliación, y este valor es también un fruto pascual. Recon­ciliación en primer lugar con Dios, pues los pecados y las ofensas contra la justicia y los derechos humanos son, en primer lugar, una violación a la ley de Dios, conciernen a Dios mismo. (Puebla 330).

Por eso, Jesús envía a sus discípulos a reconciliar ("a quienes les perdo­néis los pecados les quedan perdonados..."), y para eso les comunica su Espíritu Santo, autor de la reconciliación. La Iglesia, habitada por este Espíritu, comunica en la historia el perdón de Dios que reconcilia, y trabaja comprometida en la causa de los pobres, para hacer posible la reconciliación y la paz que predica y promueve a nombre de su Señor.

El sacramento de la Penitencia (o de la reconciliación) no es entonces un rito privado de perdón. Tiene una dimensión eminentemente social, al implantar en lo profundo de los pecados personales y sociales un dina­mismo de reconciliación social y de fraternidad, a través de la reconcilia­ción con Dios.fPuebla 918).


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