lunes, 18 de abril de 2011

S. GALILEA y A. PAOLI SOBRE EL EVANGELIO DEL DOMINGO DE PASCUA



Cristo, nuestra pascua, nos ha liberado (Jn 20, 1-9)
Al celebrar esta noche la fiesta de la resurrección del Señor, celebramos, al mismo tiempo, nuestra propia liberación. De la servidumbre del pecado, que nos impide amar y ser libres interiormente; que impide a la sociedad ser justa y fraternal. Que genera opresión, miseria, violencia y toda forma de servidumbre humana. (Puebla 482). 

Cristo nos ha liberado. Ha puesto en marcha el proceso de la liberación cristiana; ha hecho posible la superación de las esclavitudes internas y sociales, cuya raíz está en el pecado, que El ya ha vencido con su muerte y su resurrección. 

" ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?". La resurrección no es solo una realidad histórica. Es la convicción de nuestra fe en que Cristo Vive. Vive para los apóstoles que fueron testigos de su resurrección; vive para nosotros hoy, realizando en el corazón de nuestras vidas y de la historia el proceso de la liberación; vive para siempre, constituyéndose así en la Esperanza de que esta liberación no se frustrará, sino que, al término de la historia, viviremos como hombres nuevos y plenamente libres como El, en la felicidad de nuestra propia resurrección. Y que el mundo y la so­ciedad, siempre marcados por el pecado a pesar de los progresos históricos de su liberación, serán al final definitivamente libres y fraternales, cielos nuevos y tierra nueva. (Puebla 491). 

Cristo vive. Esto constituye la causa de nuestra esperanza. También constituye la fuente de nuestra fe. Como las mujeres y los apóstoles en la mañana de la resurrección, la fe consiste no ya en sentir, ver y buscar al Jesús como vivió en la tierra, sino en saberlo encontrar en sus manifesta­ciones invisibles pero tremendamente vivas en nuestras vidas y las realida­des, positivas o desconcertantes, que nos rodean. 

Vivir la resurrección es vivir esta fe. Encontrar al Cristo que ya no está con nosotros, sino en los signos que nuestra fe nos revela como su presen­cia, es encontrarlo en la Iglesia, que prolonga su enseñanza y comunica al mundo la vida de la resurrección. Es encontrarlo en la Eucaristía, que inyecta en la historia su sacrificio que libera y crea fraternidad. Es encon­trarlo en los Evangelios, que transmitidos a nosotros por la comunidad eclesial nos ponen en contacto con su vida y su mensaje. Es encontrarlo en nuestros hermanos, en el pobre y necesitado. "Cada vez que lo hicie­ron con alguno de estos mis hermanos más pequeños, lo hicieron conmi­go" (Mt 25, 40). (Puebla 196). Es encontrarlo en los signos de los tiempos propios de nuestra historia latinoamericana, que El anima por su Espíritu: en la solidaridad, en las aspiraciones de justicia y liberación de nuestros pueblos; en sus luchas y en sus sufrimientos. Es reconocer la presencia de su Espíritu en la entraña de nuestra cultura y de nuestra religiosidad popu­lar latinoamericana. (Puebla 401, 446). 

Esta es la fe pascual con la cual estamos comprometidos desde que Je­sús resucitó y vive para acompañarnos hasta el fin de los tiempos. Y como las santas mujeres en la mañana de la resurrección, debemos anunciar a los demás este alegre mensaje de esperanza y de fe. Esa es la evangelización, el apostolado. Proclamar a nuestros hermanos, con nuestras palabras y nues­tra manera de vivir como hombres nuevos, que Cristo vive, que Cristo nos ha liberado, que Cristo es nuestra verdadera Esperanza.

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